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HIJOS DE VERÓNICA

En 2006, un grupo de personas construyeron un sueño, “Construyendo a Verónica”, una propuesta escénica que superó todas las expectativas de la compañía productora que la llevó a cabo en aquel entonces, Bramant Teatre; una compañía que, junto a un equipo 100% valenciano, nunca pensó que la propuesta traería todas las cosas maravillosas que nos llovieron a todas las que tuvimos la suerte de participar, en mayor o menor modo, en el proyecto.
En 2006, los autores que escribimos la pieza, Juli Disla, Alejandro Jornet, Javier Ramos, Patricia Pardo, Jaume Policarpo y un servidor, nunca imaginamos los premios y reconocimientos que conseguiríamos; “Premio a mejor montaje de la feria Internacional de Huesca”, “Nominación al premio MAX al mejor espectáculo nacional de Teatro…”; ni los aplausos del público que la disfrutó en la gira que hicimos; ni la emoción de la gente al vivir una experiencia no vista hasta la fecha en todo el territorio español; ni mucho menos podía yo imaginarme, diez años después, escribiendo el prólogo de una “secuela” de aquel proyecto, este prólogo. El prólogo de Hijos de Verónica, un texto que deja claro que los muertos sólo mueren cuando nos olvidamos de ellos, y que Verónica ni ha sido, ni merece ser olvidada.
Y sí, aunque han pasado diez años, Verónica sigue siendo un enigma para todos los que estuvimos cerca del proyecto en 2006. Cerca de aquel cuerpo sin vida de esa misteriosa mujer que, una mañana de febrero, apareció en una playa desnuda pero sin signos de violencia.
Un cuerpo, una vida, un personaje imaginario o quizás no… Una imagen, que aún hoy, sigue inspirando un montón de historias merecedoras de ser escritas en forma de secuela, la secuela de una vida vivida e imaginada. La secuela de un icono lo suficientemente potente para que diez años después nos encontremos cara a cara con los “Hijos de Verónica, generación del miedo”.

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